Capítulo 2

domingo, 25 de diciembre de 2011

Pasamos a su despacho, y lo que vi me sorprendió como nada antes me había sorprendido. Tal fue la impresión, que me llevó el corazón a la garganta y me paralizó a un paso de la puerta automática.

Aquella habitación desentonaba de un modo casi disparatado con el resto del edificio, y parecía sacada de otra época. Sacada de esos libros que me permitieron viajar poco después a mundos diferentes, mundos que me acogieron entre sus páginas con más amabilidad de la que jamás me había ofrecido, ni podría ofrecerme, mi propio mundo. Porque desde el momento en el que pude adentrarme en esos libros sentí, con más fuerza que nunca, que no había un lugar para mí en Oycant.

Libros.

Cientos de libros acaparaban el espacio del despacho. Libros que llenaban las paredes, colocados en desorden sobre estanterías. Libros intentando hacerse hueco en los cajones, en la mesa, e incluso en el suelo, donde se amontonaban en infinitas montañas que devoraban el espacio de la sala de la misma forma en que yo habría devorado sus páginas sin dudarlo.

Aquel caos que tenía ante mí me pareció el manjar más delicioso que habían probado mis ojos, en aquel momento fascinados y a punto de saltar de sus órbitas para recorrer cada rincón de un paraíso que hasta entonces había vivido oculto.

Me llevó un buen rato ser capaz de preguntarme de dónde habían salido, por qué estaban allí y no en un museo como el resto de elementos de papel que yo creía existentes. ¿Habría más libros escondidos en alguna otra parte de Oycant? ¿Quedaría todavía algún resquicio de vida no humana en aquellas tierras vacías de sonrisas y atestadas de edificios de altura inalcanzable para la vista?

Una tierna y desconocida esperanza se abrazó a mi corazón del mismo modo que él a ella, mientras saltaba alegre, golpeando mi pecho.

-Chico, ¿te encuentras bien? – Escuché la voz del profesor lejana, pero lo suficientemente cerca como para arrojarme de vuelta a la realidad, como un brusco empujón que me sacó sin yo quererlo de mis pensamientos.

Siempre me había fascinado la lectura, que hasta entonces se limitaba a seguir una historia atrapada en una pantalla táctil de fertam, un material altamente contaminante y desconocido en la Tierra que había significado una revolución en el ámbito tecnológico. Leer era mi único pasatiempo.

Y leyendo aprendí algo:

Cada palabra tiene un valor que ya posee desde el mismo momento en el que cobra vida, y adopta uno distinto cuando pasa a formar parte del lector, incrustándose en su corazón para siempre. De haber sido escrita, pensada, o leída en cualquier otro momento, no habría existido, porque nace bajo la luz del instante, como una sonrisa nace bajo la luz de la felicidad o una lágrima bajo la luz de la melancolía. Y ese valor permanece eternamente de una forma u otra, queramos o no, cambiando sin remedio los pasos que dejarán las huellas a lo largo de nuestro camino, como cada imagen que perciben nuestras pupilas, y como cada sonido que hace vibrar nuestros tímpanos. Así, las palabras dejan en nosotros una marca imborrable, nos hacen y a veces nos destruyen, con ese poder mágico y hermoso que se guarda con absoluto silencio en los labios tallados de un texto.

Mi afán por los libros era otro. El mismo que siento por un mueble de madera o por el agua que brota de la naturaleza. El mismo que me produce cualquier cosa cuyo origen no sea un laboratorio.

-Estoy bien. Discúlpeme, es que me ha sorprendido ver tantos...

-¿Libros? ¿Te gustan los libros?

Asentí con entusiasmo.

-Aunque nunca antes los había visto fuera de una vitrina.

Me hizo un gesto para que me sentara en la butaca metálica que había colocada frente al escritorio, y después él tomó asiento al otro lado, frente a mí.

-Eres un muchacho muy peculiar. – Se inclinó sobre la mesa para mirarme más de cerca, con la curiosidad grabada en su mirada. Sentí cómo se me encendían las mejillas –. Tus ojos... – Se detuvo un segundo y volvió a dejarse caer sobre el respaldo. No terminó la frase –. Estoy seguro de que me resultará muy interesante el motivo de tu visita. He oído hablar de ti, Lyann. He oído hablar mucho de ti, y tenía ganas de conocerte.

-Yo también tenía ganas de conocerle a usted.

Sonrió, con ese gesto cálido y cercano que hacía de su rostro algo extraño para mí, pero que me transmitía una sensación reconfortante.

-He seguido de cerca sus estudios, profesor. He leído todos los escritos que ha publicado en su página web, y puedo decir que siento una gran admiración por usted, por lo que hace.

-Gracias, Lyann. Que alguien tan joven como tú se interese por mi trabajo es algo que me alegra enormemente. Continúa – me animó.

-La última publicación despertó mi interés más que ninguna. Profesor, el proyecto en el que está trabajando ahora es lo que me ha traído hasta aquí. – Supe que el miedo ardía en mis palabras tanto como me abrasaba por dentro.

Su rostro, que desprendía un destello de entusiasmo, me tranquilizó.

-¿Te interesa la Tierra, chico?

Volví a asentir.

-Las fotografías de la última publicación son increíbles.

-Un lugar maravilloso, sin duda. Un lugar que conserva la magia que nosotros nos hemos empeñado en ocultar bajo las ciudades.

“Magia” repetí en mi cabeza.

Era una palabra poco usual en el vocabulario de un habitante de Oycant. De hecho, fue entonces cuando la escuché por primera vez. La había leído en varias ocasiones, pero en labios del profesor fue una melodía dulce, entrañable, llena de significado. Un significado que aún no me era familiar, tan amplio que nunca terminaré de descubrir, y que al mismo tiempo sentiría cómo mi corazón lo abarcaba por completo. Algún día.

-En la última publicación leí que ha encontrado un modo... – Mis labios se sellaron un segundo al clavarse su mirada sobre mí con desaprobación, adivinando el final de mis palabras, pero hice un esfuerzo para terminar –: ...De ir a la Tierra.

-Lyann – dijo con delicadeza –. Entiendo mejor que nadie tus deseos de abandonar Oycant. No sólo lo entiendo: lo comparto. Pero realizar este proyecto llevará muchos años de trabajo e investigación, y eso en el caso de que sea posible.

-Es posible, he leído que...

-No importa, Lyann. Viajar a un planeta tan lejano como la Tierra no es sencillo. Los humanos terrícolas reaccionarían mal ante una visita extraterrestre, ¿comprendes? Se asustarían. Atacarían. No es como con los mundos cercanos, que han evolucionado al mismo tiempo que nosotros. Como ya sabes, la Tierra aún no ha avanzado mucho.

-Pero avanzan deprisa, profesor. Podríamos salvarlos. Salvarlos de esto.

El profesor sonrió, seguramente conmovido por mi intención de salvar a los habitantes de la Tierra de su destino, tan inevitable como lo había sido para nosotros. Ellos seguían nuestros pasos.

-Posiblemente conseguiríamos todo lo contrario: despertar en ellos el deseo de escoger este mismo camino. Sea como sea, el proyecto está aún lejos de funcionar.

-Puedo esperar. No me importa esperar algunos años. Déjeme formar parte de este proyecto, profesor. Puedo ser útil. Yo... puedo romper objetos, desplazarlos, cambiar su forma, su tamaño. Puedo hacerlo con sólo pensarlo.

Me miró un momento, en silencio.

-¿Cómo dices?

Fijé la vista en un libro que descansaba sobre el escritorio, y en cuestión de un segundo quedó reducido a la mitad. Los ojos del profesor se abrieron por la sorpresa, y noté cómo sus brazos se tensaban, separando los labios para respirar una bocanada de aire que se ahogó en su garganta.

-Lyann, ¿cómo has hecho eso?

Me encogí de hombros, y luego devolví el libro a su tamaño.

-No puedo explicarlo. ¿Puede explicar usted qué es lo que hace para mover una pierna? Es... algo parecido.

-¿Sois capaces de hacerlo todos...

-...Los Creados? – terminé, con brusquedad. Asintió, aunque diciéndome con la mirada que no era esa la denominación que él hubiera utilizado –. No. No sé por qué. Pero yo soy el único que puede hacerlo. Están investigando en ello.

Noté cómo mi voz se quebraba al pronunciar la última frase, como si las palabras estuvieran envenenadas y me quemasen la garganta.

-¿Investigando? – Su tono de voz dejó claro que algo de aquello le desagradaba, pensé que quizás el propio término se convertía en algo horrible aplicado a un ser humano.

-Sí, ya sabe... Buscando un porqué, una explicación a lo que me ocurre. Buscando... – Necesité unos segundos para terminar de hablar, para decir lo que tantas veces había escuchado en labios de los científicos que se encargaban de mí: en labios de mis creadores –. ...El error.

-¿Consideras un error el poder cambiar la naturaleza de los objetos con tan solo pensarlo?

Lo observé, indagando en mi mente en busca de una respuesta. La luz del día entraba por la enorme cristalera que había entre las estanterías. Entre aquellas paredes habitaba el silencio, una tranquilidad imposible en el exterior, infectado del ruido de la ciudad.

-Considero un error lo que soy: un ser fabricado, nacido de una fórmula química y dos células artificiales dentro de una probeta. Un experimento. Una abominación. Una vida que pretende ser humana sin serlo, cuya existencia no tiene otra finalidad que la de rozar la perfección, o lo que los científicos consideran perfecto, pero que no es más que una idea surgida... de la ambición.

El profesor dejó caer suavemente su mano sobre la mía, que descansaba formando un puño encima de la mesa, y apretó sus dedos alrededor, como queriendo transmitirme fortaleza. La impotencia que me consumía por dentro se hizo más ligera, pero empujó las lágrimas que se acumulaban tras mis párpados. Agaché la cabeza por si se derramaban, que no pudiera presenciarlo.

Nadie, en los diecisiete años que había vivido hasta entonces, me había tratado nunca con una calidez tan sincera y envolvente, y me resultó inevitable sentirme conmovido por ello.

Me concentré en no llorar, pero la presión que golpeaba mis sienes me venció, avergonzándome.

-Chico, llevo viviendo en este planeta más de sesenta años, y puedo decirte francamente que no había conocido a una persona con sentimientos tan humanos como los tuyos.

Al ser tan alta la esperanza de vida en los habitantes de Oycant, una persona de sesenta años de edad aún conservaba un aspecto joven, como el del profesor.

Me desplomé sobre la mesa, con la cabeza hundida entre los brazos, y me deshice en lágrimas llorando como un niño pequeño, mientras el profesor me ofrecía su consuelo acariciándome la espalda.

Cuando recobré la compostura tras haber disuelto mi orgullo en llanto, me recosté sobre el respaldo de la silla y esperé a que llegaran sus palabras.

-¿Mejor?

Me sentía incapaz de mirarlo a la cara, pero lo cierto es que después de haberlo soltado todo, una extraña paz me invadió por dentro.

-Lo siento mucho. Yo... estoy avergonzado.

-Llorar no es motivo de vergüenza, Lyann, sino una muestra de fuerza, de valor.

Agradecía sus palabras, y él lo notó. Después de un largo minuto en el que ninguno de los dos dijo nada, hablé con tranquilidad, una tranquilidad que en absoluto existía dentro de mí.

-Necesito irme de aquí, profesor. Lo necesito.

Su mirada estaba llena de tristeza, pero decía que no, que no era posible. Me pedía perdón, y yo supe que no mentía, que la idea de que yo fuera libre, dejando atrás el que tendría que haber sido mi mundo, no era factible. Yo nunca podría ir a la Tierra, y en aquel momento la esperanza con la que había entrado en el despacho desapareció con tal brusquedad que un vacío en el pecho fue todo lo que quedó de mí.

Desde que descubrí la existencia de la Tierra, a los siete años de edad, gracias al profesor, supe que era allí donde quería estar. Donde debía estar.

No podía soportar pasar horas y horas cada día dentro de un laboratorio, escuchando cosas como: “No sabemos qué ha pasado”, “no hay ningún problema en su ADN, todo está en orden, ¿qué es lo que ha salido mal?”.

No podía soportar que siguieran tratándome como si no fuera un ser humano, como si no fuera más que un robot, incapaz de sentir o pensar sin un programa instalado en su ordenador, en el que algo fallaba porque durante su fabricación se había colado alguna pieza defectuosa, dando un resultado diferente al que esperaban.

Odiaba un mundo en el que las personas vivían obligándose a creer que eran felices, volcándose en su trabajo, porque cualquier cosa que hicieran les exponía ante el riesgo de ir a la cárcel por infringir la ley. El estrés era un componente más de la contaminación que vertíamos en nosotros, en nuestros pulmones, a través de unos filtros que nos colocaban al nacer, ¡porque de lo contrario respiraríamos la muerte!

Vivir bajo un cielo artificial, que pretendía hacernos olvidar que encima de nuestras cabezas residían otras civilizaciones, me había impedido conocer la luz del Sol.

Y estaba cansado de tener que untarme en la piel cada mañana un producto que impediría que me muriera al entrar en contacto con el aire, ¡porque la temperatura superaba tres veces la que nuestra especie podía soportar!

Estábamos tejiendo un hilo vulnerable, que nos sostenía ignorando las leyes de la propia naturaleza, soportando un peso cada vez mayor. No quería vivir en un mundo en el que se buscaban desesperadamente soluciones para cada error, cuando cada error era resuelto con un error más grave... Una cadena de equivocaciones que, tarde o temprano, nos arrastraría a todos... igual que había arrastrado a la naturaleza.

-No puedo concederte lo que me pides, Lyann, pero quiero darte algo muy importante para mí. Creo que tú sabrás apreciarlo y sacarle partido más que cualquier otra persona – me dijo.

Se levantó de su asiento y buscó en la estantería, tratando cada libro con suma delicadeza. No le llevó mucho tiempo, era evidente que conocía el lugar de cada ejemplar que guardó entre sus brazos hasta llevarlos a la mesa y colocarlos encima, frente a mí. Eran cuatro en total.

-Son para ti.

-¿Para mí? – Mis dedos acariciaron con cuidado, casi con miedo, la piel que cubría el primer libro, sintiendo cómo aquella textura me hacía viajar a un lugar muy lejano. Tan ajeno a Oycant... que me sentí libre por primera vez.

1 comentarios:

  1. ¡Holaaa!!! Me he leido los dos cpaitulos y me gusta mucho como llevas la historia. Espero que me avises cuando subas el tercero :)

    http://amormasalladelaunicidad.blogspot.com/
    Espero que le eches un vistazo :) Un beso!

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