-¡Lyann!
La voz de la chica con la que había coincidido en la sala de espera me detuvo al salir del edificio, de tal altura que la vista se perdía antes de llegar al final. Me di la vuelta desconcertado, y esperé a que me alcanzara, cesando su carrera.
-Me preguntaba... si tienes algo que hacer ahora – me dijo con la mano puesta en la cadera.
-Ah... En realidad, no.
Había quedado en el hotel en el que me alojaba con Kreul dentro de una hora, y había pensado dedicar ese rato libre a sumergirme entre las páginas de algún libro de los que me había regalado el profesor, pero por alguna razón no fue esa la respuesta que le di a la chica, que sonrió al saber que me encontraba disponible.
-Bueno, ¿quieres... querrías... ir a dar un paseo conmigo?
-Sí. Claro.
Se llamaba Shiarbell, y era la nieta del profesor. Durante el paseo me estuvo hablando de él, y de cómo desde muy pequeña sentía ya una gran fascinación por la Tierra, una fascinación, sin duda, adquirida de su abuelo. Había seguido de cerca la investigación sobre aquel planeta en el que aún habitaba vida no humana, había observado cada paso, cada avance y cada error en los estudios del hombre que, tanto ella como yo, más habíamos admirado jamás. Y me confesó que compartía, en parte, mi deseo por conocer en primera persona todo lo que había descubierto su abuelo. Visitar la Tierra.
Shiarbell y yo tuvimos tiempo de forjar una estrecha amistad durante los años siguientes, y nos hacíamos visitas el uno al otro muy a menudo. Me sentía afortunado por haber encontrado a una persona capaz de comprenderme. Era agradable sentirse tratado como un ser humano.
Uno de esos días, sentados en la terraza de su habitación, aprovechó un silencio para decirme algo que me cambiaría la vida. Habían pasado cuatro años desde nuestro primer encuentro.
-Ya está terminado.
Noté la excitación en su voz, y al mismo tiempo un miedo tan inmenso que casi se podía acariciar. Contemplaba, con la mirada perdida, la pantalla que había justo delante de nosotros, sustituyendo el paisaje oscuro y contaminado de la ciudad por un cielo azul que se alzaba impecable sobre uno de los mares que hacía mucho tiempo habían existido en Oycant. Aquella visión, aunque no era más que una imagen producto de un ordenador, me hablaba de la libertad.
La miré confundido, pero ella no volvió hacia mí sus ojos. Habría jurado que una cortina de lágrimas bailaba en sus pupilas, sin llegar a tomar la decisión de lanzarse al vacío.
-¿Qué está terminado?
El silencio me inquietaba, pero esperé a que los labios temblorosos de Shiarbell me ofrecieran una respuesta.
-La puerta... que lleva a la Tierra.
El aire quedó atrapado en mi garganta, y cada músculo del cuerpo se me convirtió en hielo. En cambio, mi corazón latía con prisa, como queriendo salir de su prisión. Se me formó un nudo en el estómago y una sensación desconocida me envolvió, me envolvió con un manto suave y cálido. Mis ojos se humedecieron, conociendo por primera vez las lágrimas que, a veces, nos regala la felicidad.
Como yo había enmudecido, Shiarbell continuó, con una voz cargada de temor.
-Ayer mi abuelo me la mostró... y me dijo cómo hacerla funcionar. Lyann... creo que él quiere que tú... – Tragó saliva y por fin me miró. Una mirada tan profunda, tan penetrante, que me hizo estremecer –. Te vas a ir, ¿verdad? Vas a marcharte. Vas a marcharte y no volverás. Te quedarás allí para siempre.
A pesar del dolor que transmitían sus palabras, la idea de abandonar Oycant y vivir para siempre en la Tierra era tan fuerte que mis labios se curvaron en una sonrisa. Y entonces, un hilo de lágrimas descendió por sus mejillas. Me acerqué a ella y la acogí entre mis brazos, desatando el llanto.
-Llévame contigo. Te quiero, Lyann, estoy enamorada de ti, y no podría soportar perderte. Llévame contigo, por favor.
-Te llevaré conmigo.
Aquella vez mentí, y fue una mentira afilada que se clavó en mi pecho, abriendo en él un agujero de remordimientos. ¿Por qué lo hice? No lo sé. Quizás tenía miedo de que, si no accedía, tuviera que quedarme allí para siempre. Pero el egoísmo que vive en nosotros es fuerte, y ese día permití que me arrastrara con él.
Decidimos no hacer las cosas demasiado rápido, porque de lo contrario nos arriesgábamos a que algo saliera mal. Teníamos que pensarlo todo con determinación, planear nuestra huida de un modo perfecto, para que no nos detuvieran antes de poder traspasar la puerta que nos llevaría a la Tierra. O mejor dicho, que me llevaría a la Tierra.
Pero se complicó demasiado.
Yo vivía en la cárcel de Daphny, en una celda aislada del resto. Cumplía una condena de cinco años. Antes de todo eso, tenía una habitación muy lujosa que me pagaba Kreul en el edificio del laboratorio. Yo solía subir por las noches al tejado para regalarme unas horas de reflexión. Pensaba acerca de mí, de mi mundo, y aprovechaba para permitirme viajar mentalmente a la Tierra. Una de esas noches se dieron cuenta de que estaba allí, y durante unos meses Kreul y yo nos enfrentamos a un juicio que terminó condenándome a cinco años de cárcel (al parecer la Ley consideraba que era demasiado peligroso como para ser legal caminar por los tejados, y más aún siendo de noche). Aun así, gozaba de más libertad que cualquier preso, y me concedían de vez en cuando unos días para visitar al profesor y a Shiarbell.
Por suerte, tenía a mis libros.
Pasaba horas leyendo las mismas líneas una y otra vez encerrado en mi prisión. Cuando descubrieron que le había hablado a Keian, el joven encargado de vigilarme, acerca de la Tierra, me privaron también de la lectura. Pero sólo consiguieron requisarme tres de los cuatro libros que me había regalado el profesor en mi primera visita. El cuarto pude conservarlo, a escondidas, bajo mi ropa.
Para impedir que continuara adquiriendo información sobre el planeta terrícola y todo lo que éste abarcaba, ayudándome de la página web del profesor, terminaron por negarme también la visión. Me instalaron unas gafas opacas alrededor de la cabeza, obligándome a llevarlas puestas la mayor parte del tiempo, y volviéndome completamente ciego.
Por supuesto, me prohibieron las visitas a Shiarbell y a su abuelo.
Desde entonces, dejaba mi libro en manos de Keian para que me leyera unos párrafos que ya me sabía de memoria. Sabía que él no sentía lo mismo que yo al adentrarse en ese mundo, y en cierto modo me alegraba por ello, porque él era feliz con lo que le rodeaba.
Nos hicimos muy amigos. Yo compartía con él todo lo que había aprendido hasta el momento, y él compartía conmigo su sueño de llegar a ser arquitecto algún día. Pero, a pesar de todo, nunca le conté el plan de fuga que Shiarbell y yo habíamos trazado tiempo atrás, y que había quedado aparcado desde que se me prohibió salir de la celda.
Cada dos días hacía una visita al laboratorio acompañado por Kreul. Un verdadero infierno: análisis, preguntas, exámenes, máquinas, y comentarios que me herían en lo más profundo.
Esa fue mi vida durante más de dos años.
Es increíble de qué manera pueden llegar a cambiar las cosas en un instante...